En nuestra búsqueda, encontramos objetos que, a veces, es necesario develar bajo capas de tiempo y de olvido.
En un revoltijo multicolor, el hallazgo surge cuando entre tantas cosas algo se destaca y nos llama la atención.
Un borde que se asoma, parte de una etiqueta, un logo que nos resulta familiar o una silueta que reconocemos, son el indicio de que debemos indagar más e ir al rescate del objeto que buscamos y apreciamos.
Y, para quienes coleccionamos, cuanto más desorden o acumulación, mejor: la sensación del inminente descubrimiento es inmejorable.
Muebles, cajas, cajones, bolsas, estanterías y, sobre todo, rincones y espacios casi ocultos son como un imán que nos atrae y nos lleva a explorar.
El objeto encontrado se nos aparece a veces deteriorado y casi siempre muy sucio. Esto no inhibe la alegría del encuentro y la sensación de haberlo ¡rescatado!
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Cajones, ¿repletos de tesoros? |
Almacenar las cosas encontradas, su limpieza y/o restauración, ayuda a preservar y dar brillo a lo que vamos a atesorar.
Clasificar el grupo de objetos, identificar a cada uno de ellos y rotularlos, organiza el conjunto y lo jerarquiza, definiendo la colección.
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Valija con Pukys |
Asociar cada una de las cosas a una fecha aproximada o datarla con exactitud ayuda a contextualizarla en un momento histórico-social. Para esta tarea, las publicidades son muy buenas herramientas.
Así, podemos, en tres pasos, nombrar las acciones que jerarquizan a un objeto como coleccionable:
- Identificar, rotular
- Registrar o incluir en un catálogo
- Almacenar en forma ordenada o exhibir de manera prolija
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Catalogar una osa |
La muestra de los objetos más preciados puede ser muy atractiva, con unos que se eligen como predominantes y otros vinculados que suman interés al conjunto.
¡Ya iniciamos una colección!
Ahora, empieza la búsqueda del objeto único que... aumenta, completa, enriquece o distingue nuestra colección.
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Cosas de muñecas en una mesita |
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