jueves, 5 de marzo de 2015

Brillantitos: el álbum de figuritas en la memoria de la infancia (parte 2)

“Jugar a las figuritas”, “coleccionar figuritas”, “cambiar figuritas” son expresiones que nos conducen hacia determinados objetos culturales: las figuritas y el álbum de figuritas, asociados, en general con la infancia.
La memoria se colorea de tonos cálidos y casi es fácil pensarse como niño y niña que juega, imágenes que se hacen cada vez más nítidas y se enriquecen con el ambiente que nos rodea, los objetos más próximos, los compañeros con los que compartimos el juego, los adultos que están presentes.
Las figuritas casi siempre nos generan una respuesta emotiva. Cuando preguntamos, vemos en el adulto un breve destello antes de responder, los ojos brillan, se esboza una sonrisa y por un instante, antes de responder, pareciera que el adulto se ha ido a otra parte, un lugar lejano en tiempo y espacio pero, indudablemente feliz.
Las respuestas son casi inmediatas, el recuerdo está presente y lo que se escucha decir a la gente grande es: “Si..., figuritas. Yo tenía”; “Jugábamos un montón con mis hermanos”; “Esperábamos el recreo en la escuela para jugar con mis amigos”; “Las guardaba en una caja, que estaba llena”.
Y, en la mayor parte de los casos, casi de manera inevitable, a continuación del recuerdo grato, la pregunta: “¿Dónde están mis figuritas?”, o “¿Qué hice con mis álbumes de figuritas?”, como una leve sombra sobre el momento agradable.
Las memorias son muy vívidas; la pérdida del objeto, es difuso en el recuerdo. Tal vez porque también es borroso el paso de las niñas y los niños a jóvenes primero y adultos después.
Hemos pasado horas enteras jugando a las figuritas, coleccionándolas, intentando con ahínco completar el álbum, canjeando las repetidas por las que nos faltan, atesorando las más bonitas, originales o difíciles. Mucho tiempo de nuestra niñez transcurrió disfrutando este juego. Entonces, ¿cómo no valorarlas?
¿Por qué no “ir al rescate” de la figuritas y del álbum de figuritas como objeto cultural popular? ( y , como tales, portadores de un significado social, objetos que forman parte de nuestro patrimonio).
Tenemos la posibilidad de pensar la actividad como proyecto adulto, apreciando el coleccionismo, como actividad de goce del tiempo libre.
Es posible recopilar relatos y anécdotas, que tienen en común el mismo país y el mismo afecto entrañable por las figuritas de colección, y aportan a la memoria sobre la infancia:
Haydee es la mamá de Patricia, una querida colega. Nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, en febrero de 1927. Me prestó, para disfrutar, junto con una serie de recomendaciones, una antigua caja de madera llena hasta el tope de figuritas. Objeto que Haydee atesoró por casi setenta años. La mayor parte de las estampas son de formato cuadrado, en distintos tamaños y con impresión en relieve y representan imágenes de animales, de granja, de la selva, exóticos. Otras son troqueladas, también en relieve, con colores más vivos y reproducen flores, pájaros, niños e imágenes de ángeles y de San Nicolás. 

Figuritas troqueladas y cromos de Haydeé (mamá de Patri B.)

Haydee  relató:
“Nací en Pergamino y fui a la escuela del barrio. En los recreos o después de clases corría a jugar a las figuritas. Las poníamos en un librito de lectura, en una de las tapas, y lo hacía girar muy rápido hasta que la otra nena decía basta. Si quedaba en la tapa de arriba, ganaba la nena. Así yo misma gané muchas de las figuritas que todavía tengo”.
Pergamino, el barrio, la escuela, las compañeras. Todos recuerdos gratos en la memoria de Haydee asociados a las figuritas; la memoria de la infancia en pequeños trozos de papel.


Cromos gigantes de Haydeé (mamá de Patri B.)

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