“Jugar a las
figuritas”, “coleccionar figuritas”, “cambiar figuritas”
son expresiones que nos conducen hacia determinados objetos
culturales: las figuritas y el álbum de figuritas, asociados, en
general con la infancia.
La memoria se
colorea de tonos cálidos y casi es fácil pensarse como niño y niña
que juega, imágenes que se hacen cada vez más nítidas y se
enriquecen con el ambiente que nos rodea, los objetos más próximos,
los compañeros con los que compartimos el juego, los adultos que
están presentes.
Las figuritas casi
siempre nos generan una respuesta emotiva. Cuando preguntamos, vemos
en el adulto un breve destello antes de responder, los ojos brillan,
se esboza una sonrisa y por un instante, antes de responder,
pareciera que el adulto se ha ido a otra parte, un lugar lejano en
tiempo y espacio pero, indudablemente feliz.
Las respuestas son
casi inmediatas, el recuerdo está presente y lo que se escucha decir
a la gente grande es: “Si..., figuritas. Yo tenía”; “Jugábamos
un montón con mis hermanos”; “Esperábamos el recreo en la
escuela para jugar con mis amigos”; “Las guardaba en una caja,
que estaba llena”.
Y, en la mayor parte
de los casos, casi de manera inevitable, a continuación del recuerdo
grato, la pregunta: “¿Dónde están mis figuritas?”, o “¿Qué
hice con mis álbumes de figuritas?”, como una leve sombra sobre el
momento agradable.
Las memorias son muy
vívidas; la pérdida del objeto, es difuso en el recuerdo. Tal vez
porque también es borroso el paso de las niñas y los niños a
jóvenes primero y adultos después.
Hemos pasado horas
enteras jugando a las figuritas, coleccionándolas, intentando con
ahínco completar el álbum, canjeando las repetidas por las que nos
faltan, atesorando las más bonitas, originales o difíciles. Mucho
tiempo de nuestra niñez transcurrió disfrutando este juego.
Entonces, ¿cómo no valorarlas?
¿Por
qué no “ir al rescate” de la figuritas y del álbum de
figuritas como objeto cultural popular? ( y , como tales, portadores
de un significado social, objetos que forman parte de nuestro
patrimonio).
Tenemos la
posibilidad de pensar la actividad como proyecto adulto, apreciando
el coleccionismo, como actividad de goce del tiempo libre.
Es posible recopilar
relatos y anécdotas, que tienen en común el mismo país y el mismo
afecto entrañable por las figuritas de colección, y aportan a la
memoria sobre la infancia:
Haydee es la mamá
de Patricia, una querida colega. Nació en Pergamino, provincia de
Buenos Aires, en febrero de 1927. Me prestó, para disfrutar, junto
con una serie de recomendaciones, una antigua caja de madera llena
hasta el tope de figuritas. Objeto que Haydee atesoró por casi
setenta años. La mayor parte de las estampas son de formato
cuadrado, en distintos tamaños y con impresión en relieve y
representan imágenes de animales, de granja, de la selva, exóticos.
Otras son troqueladas, también en relieve, con colores más vivos y
reproducen flores, pájaros, niños e imágenes de ángeles y de San
Nicolás.
Figuritas troqueladas y cromos de Haydeé (mamá de Patri B.) |
Haydee relató:
“Nací en
Pergamino y fui a la escuela del barrio. En los recreos o después de
clases corría a jugar a las figuritas. Las poníamos en un librito
de lectura, en una de las tapas, y lo hacía girar muy rápido hasta
que la otra nena decía basta. Si quedaba en la tapa de arriba,
ganaba la nena. Así yo misma gané muchas de las figuritas que
todavía tengo”.
Pergamino,
el barrio, la escuela, las compañeras. Todos recuerdos gratos en la
memoria de Haydee asociados a las figuritas; la memoria de la infancia en pequeños trozos de papel.
Cromos gigantes de Haydeé (mamá de Patri B.) |
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